El placer, la satisfacción y el bienestar son elementos fundamentales para poder hablar de una vida saludable; sin embargo, aún tenemos un largo camino por recorrer en lo que respecta a promover y experimentar la salud más allá de la ausencia de enfermedades.
Si nos enfocamos específicamente en la sexualidad, podremos identificar que el camino es aún más largo, si bien en la Declaración de los Derechos Sexuales de la Asociación Mundial para la Salud Sexual, se reconoce el derecho “al grado máximo alcanzable de salud, incluyendo la salud sexual que comprende experiencias sexuales placenteras, satisfactorias y seguras” la realidad dista mucho de eso, particularmente para las mujeres. En muchos países, incluido México, los derechos sexuales parecieran más un privilegio que un derecho. La autonomía, la equidad y el ejercicio de una sexualidad libre de violencia son parte de la agenda pendiente, y a la luz de ello, podría parecer que el placer queda de lado cuando la prioridad principal es garantizar y luchar por una vida libre de violencia. Sin embargo, es fundamental poner en el foco de atención el derecho al placer sexual, particularmente cuando hablamos de la sexualidad de las mujeres y de la disidencia sexual.
Dra. Karla Iris
Minguela Fernández
Autora
Psicóloga, Especialista en Sexología Educativa y Maestra en Sexología Clínica, IMESEX, Doctora en Sexualidad Humana por Universidad Nexum de México.
Psicoterapeuta feminista y docente en Facultad de Medicina y Psicología, Universidad Autónoma de Baja California. karla.minguela@uabc.edu.mx
“En la lucha contra el capitalismo patriarcal y sus violencias, la lucha por el disfrute del tiempo libre y la sexualidad es parte del combate por una sociedad emancipada”
El patriarcado se ha encargo de convertir los cuerpos de las mujeres en un lugar-objeto de dominación y peligro, desde este sistema dominante en nuestra sociedad, nuestros cuerpos no son sujetos, son territorio de conquista para el placer sexual y poder masculino, así como también objetos para la procreación. Lo anterior quiere decir que se nos ha construido una sexualidad cuyo fin es el de servir a otros, mandato que no se reduce exclusivamente al área sexual, sino que permea todas las áreas de la vida de las mujeres. Como resultado de este sistema, se ha construido la experiencia sexual femenina alrededor de sentimientos como la vergüenza, culpa y miedo.
La sexualidad de las mujeres se ha construido sobre un campo de desigualdades y barreras estructurales de género. Es así que tenemos, la brecha orgásmica, el amor romántico, el coitocentrismo, la doble moral, el mito de la belleza, la gordofobia, la doble jornada laboral, las violaciones, son algunas de las barreras principales que hacen que la intimidad sea también un campo de desigualdad de género.
Según el estudio de Frederick, D. et al (2018) dentro de un grupo de hombres y mujeres de diferentes orientaciones sexuales, las
mujeres heterosexuales fueron quienes reportaron menos frecuencia orgásmica. Y dentro del grupo de mujeres (heterosexuales, homosexuales y bisexuales), quienes se identifican como lesbianas, expresaron alcanzar el orgasmo con mayor frecuencia. En la sexualidad y el erotismo ha predominado una visión heteronormada y coitocentrica, lo que ha promovido que las prácticas sexuales giren en torno a los órganos sexuales, la eyaculación y la procreación; dejando de lado otras formas de generar placer e intimidad durante los encuentros sexuales, e incluso nos hemos acostumbrado a llamar a estas otras prácticas “juego previo”, como si no fueran parte del “juego principal”. En consulta es común que
las mujeres reporten no tener orgasmos, o sentir dificultad para lograrlos al estar con su pareja, y cuando vienen acompañadas de parejas masculinas, en ocasiones su mayor preocupación es la pérdida de virilidad que les supone el no “lograr” que ellas tengan un orgasmo, lo que hace en ocasiones, que lo más importante no parezca el placer sino el poder que se consigue a través de él.
Como profesionales de la salud sexual, nos hemos enfocado en deconstruir modelos tradicionales de la sexualidad, tratando de promover que el orgasmo no sea el fin único del encuentro sexual. Sin embargo, es importante considerar que respecto a la sexualidad femenina, la brecha de género existe, por lo tanto, sí necesitamos atender esa desigualdad, no sólo quitando el foco del orgasmo, sino poniéndolo en modelos de sexualidad que
impliquen un interés genuino por el placer, la satisfacción y bienestar de las personas involucradas en la actividad sexual, es decir una sexualidad más allá del poder.
Una de las prácticas que históricamente han abanderado la resistencia a la sexualidad patriarcal, es la masturbación femenina. Una mujer capaz de tocarse con el único fin de sentir placer se ha convertido en un acto político y revolucionario que desafía los roles tradicionales femeninos en los que hemos sido educadas para servir y complacer a los demás. Las representaciones cinematográficas o literarias de la masturbación femenina, usualmente giran en torno a una mujer que toca su cuerpo para despertar deseo o placer en alguien más, es poco común que se nos muestre como un acto cotidiano y natural en la vida de las mujeres. En “La soledad y la desolación”, la antropóloga mexicana y feminista, Marcela Lagarde, habla de la soledad como un espacio necesario para ejercer los derechos autónomos y como una vida para reparar la desolación en las mujeres a través de ponernos en el centro y convertir la soledad en un estado de bienestar.
La educadora sexual, feminista y artista, Betty Dodson, dirigió por muchos años talleres y grupos para mujeres en los que alentaba al autoconocimiento y la masturbación, siendo este un gran ejemplo de resistencia ante la sexualidad patriarcal, mujeres juntas capaces de crear un espacio seguro de placer para sí mismas. La masturbación, en definitiva, sigue siendo hoy en día una de las claves para lograr la autonomía sexual
en el caso de las mujeres, un acto que nos permite apropiarnos de nuestros cuerpos y pasar de ser objeto-territorio de otros, a ser sujetas.
Si a todo esto, sumamos que tenemos también cargas desiguales en las tareas del hogar y de la crianza, el objetivo de vivir una vida sexual placentera se vuelve más distante. Cómo se supone que una mujer que cuenta con un trabajo remunerado, y que antes y después de éste
se encarga de atender un hogar y a otras personas, tenga también energía y deseo para el encuentro sexual. En la consulta es común que las amas de casa lleguen con síntomas de burnout por el trabajo realizado en el hogar, sin deseo sexual, y en ocasiones deseando atender esta situación sexual más por la exigencia de su pareja que por una necesidad propia, porque la realidad es que la necesidad propia más inmediata es la de descanso. Es necesario que repensemos las dinámicas de trabajo para hombres y mujeres y que busquemos fomentar la corresponsabilidad en el hogar, si queremos que las mujeres realmente podamos ejercer nuestro derecho al placer sexual, y al placer en general, si el día a día está cargado de responsabilidades, el tiempo de disfrute termina de lado. El trabajo doméstico es trabajo, y debemos dejar de verlo como muestras de afecto, las mujeres tenemos derecho a manifestar nuestro amor de otras formas.
Por último, otro de los grandes temas que permean nuestra sexualidad de culpa, es el amor romántico, sentir que el único motivo válido para experimentar un encuentro sexual es el amor o la procreación, hacen que, una vez más, el placer sexual deje de ser lo principal en la sexualidad de las mujeres. No hay nada de malo en desear estar con una pareja o en que el amor, y la intimidad emocional sean parte de nuestras motivaciones sexuales; sin embargo, como mujeres, la educación que recibimos es con frecuencia un obstáculo para que podamos plantearnos la posibilidad de experimentar placer fuera del vínculo romántico, en diferentes contextos y con diferentes personas.
Asimismo habrá que aprender y enseñar que el primer paso para una sexualidad placentera es que en todo encuentro sexual exista consentimiento y responsabilidad afectiva, sin dar por sentado que éstos están presentes en las relaciones de pareja, ya que no siempre es así. La violencia sexual también existe en los noviazgos y matrimonios, y el placer no es posible si hay violencia.
Es necesario construir una visión del placer sexual desde el feminismo, que nos permita analizar las barreras estructurales que han obstaculizado históricamente el placer de las mujeres; y crear una nueva ética para el placer, que incluya a la autonomía, creatividad, libertad, consentimiento, responsabilidad afectiva y seguridad como ejes de la sexualidad. En su libro, “Ética para el placer” Graciela Hierro dice “…el placer depende del cuerpo y sólo se alcanza si nosotras decidimos sobre nuestro cuerpo; nuestro deber moral básico es apropiarnos de nuestro cuerpo”, apropiarnos de nuestro cuerpo es apropiarnos de nuestro placer y nuestra sexualidad, y eso es una tarea que se inicia de manera individual, pero que tenemos que lograr de manera colectiva. En la lucha feminista actual, ejercer nuestro derecho al placer sexual es nuestro acto político de resistencia más grande.
Bibliografía: