Desde el momento en que nacemos hasta el fin de nuestras vidas, los y las humanas necesitamos del cuidado de otro ser para poder sobrevivir, ese otro ser, en México y en el mundo, no suele ser otro, sino “otra”. El trabajo de cuidados y las labores del hogar, es desde la infancia una actividad que se enseña a las niñas, todas hemos tenido algún juguete bebé, una cocina, un hornito, hasta una escoba. Y en muchos casos, la enseñanza no se ha dado a través de un juguete sino del cuidado de un hermano/a menor o de tener que realizar las labores domésticas del hogar (propio o de alguien más).
Como niñas y mujeres, se nos ha inculcado que la ternura, el afecto, y el cuidado hacia otras personas son aspectos centrales de nuestra identidad de género, y casi que de nuestra “esencia o naturaleza femenina”. De tal modo que, de pronto pareciera que las mujeres aprendimos que expresar amor a través del cuidado y la atención hacia otras personas, no es un derecho ni una elección, sino un deber. Un deber que se ha construido en un mundo en el que gran parte de los gobiernos no asume una responsabilidad sobre el cuidado de su ciudadanía, no garantiza políticas públicas que favorezcan una repartición equitativa de las labores de cuidado y del hogar. Un mundo que exige a las mujeres realizar este trabajo en nombre del amor, sin esperar remuneración económica ni social, y además siempre contentas de estar al servicio de los demás.
Dra. Karla Iris
Minguela Fernández
Autora
Psicóloga, Especialista en Sexología Educativa y Maestra en Sexología Clínica, IMESEX, Doctora en Sexualidad Humana por Universidad Nexum de México.
Psicoterapeuta feminista y docente en Facultad de Medicina y Psicología, Universidad Autónoma de Baja California. karla.minguela@uabc.edu.mx
“En la lucha contra el capitalismo patriarcal y sus violencias, la lucha por el disfrute del tiempo libre y la sexualidad es parte del combate por una sociedad emancipada”
De acuerdo a la “Cuenta satélite del trabajo no remunerado de los hogares” (2018), en México el valor económico del trabajo no remunerado en labores domésticas y de cuidados registró un nivel equivalente a 5.5 billones de pesos mexicanos, lo que representó el 23.5% del PIB del país.
En relación al género, el trabajo de las mujeres tuvo un valor equivalente a $59, 617 pesos, mientras que el de los hombres fue de $22,390 pesos durante el mismo año, es decir, económicamente las mujeres y las niñas aportan más del doble de dinero en trabajos del hogar y de cuidados.
La incorporación de las mujeres al trabajo remunerado no se ha dado en años recientes, es un cambio que data de años atrás, y que de manera masiva comenzó a darse a partir de la Revolución Industrial. El hecho de que las mujeres se integraran al trabajo remunerado no constituye un problema como tal, sin embargo, el que éste cambio se diera sin que sus cónyuges se hicieran participes del trabajo de cuidados y labores domésticas, sí es algo que ha venido marcando aún más la desigualdad con respecto a la cantidad de tiempo que las mujeres destinan al trabajo no remunerado. Si tomamos en cuenta las jornadas laborales dentro y fuera de casa, muchas veces las mujeres cuentan con una jornada doble o hasta triple, en algunos casos, situación que inevitablemente tiene repercusiones en su salud física y emocional.
Los estudios respecto al impacto del rol de ama de casa en la vida de las mujeres, tampoco son tan recientes. Betty Friedan, escribe en su libro “Mística de la Feminidad”, sobre lo que ella llama el “malestar que no tiene nombre”, refiriéndose a la sensación de vacío que aquejaba a las mujeres estadounidenses de clase media, como resultado de saberse definidas no por ser ellas mismas, sino por las funciones que ejercían (esposa, madre y ama de casa). Es entonces, desde los años 60s y 70s, que con la segunda ola del feminismo, se retoma el énfasis en el trabajo doméstico como uno de los principales temas que construyen la desigualdad de género.
En años más recientes, los estudios han seguido contribuyendo a profundizar el conocimiento que tenemos sobre la experiencia de las amas de casa con el trabajo doméstico y la relación con su salud. En 2007, Garay, J. & Farfán, M., encontraron que las mujeres que se dedican exclusivamente al trabajo no remunerado y están casadas, tienen niveles más altos de depresión al compararlas con aquellas que tienen un trabajo remunerado. En la misma línea, Escalera, M. & Sebastián, S. (2000) reportaron que las mujeres que cuentan con un trabajo remunerado tuvieron resultados significativamente más altos en su nivel de salud general y autoestima, al igual que informaron menores niveles de depresión, ansiedad y síntomas somáticos.
En 2009, González, M. T., Landero, R. & Moral, J., publicaron el Cuestionario de Burnout para amas de casa (CUBAC), dicho cuestionario pretende medir el nivel de burnout que ocasiona el trabajo doméstico y la atención o el cuidado a la familia. Si bien, el síndrome de burnout se ha
estudiado principalmente en relación a profesionales de la salud, y se asocia con trabajos remunerados, éste tiene relación con el trabajo y como lo he venido mencionando, las labores domésticas son también un trabajo, por lo que la elaboración de dicho cuestionario y el interés en medir el burnout en amas de casa es más que pertinente.
El Síndrome de Burnout o síndrome de agotamiento, se refiere al desgaste profesional, que se caracteriza, tanto en el medio laboral como familiar, según Maslach y Jackson (1989), por un estado de agotamiento intenso y persistente, pérdida de energía, baja motivación y extrema irritabilidad, enojo, a veces agresividad y desmoralización, causados por problemas de trabajo o del hogar. Es común encontrar que quienes lo padecen presentan un deterioro en las relaciones familiares y sociales (Vinaccia & Alvaran, 2004). Así, el síndrome incluye el burnout como respuesta al estrés crónico, integrado por actitudes y sentimientos negativos hacia las personas con quienes se trabaja y hacia el propio rol profesional, así como por la vivencia de encontrarse emocionalmente agotado o agotada (Vinaccia & Alvaran, 2004).
El agotamiento y las otras manifestaciones del burnout, pueden verse agravadas en el caso de la doble jornada de muchas mujeres, donde además del trabajo remunerado, tienen que realizar el trabajo doméstico y el cuidado de los hijos; esto relacionado con las expectativas persistentes alrededor del mundo, respecto al rol tradicional de la mujer que implica que el cuidado de los hijos y del hogar son responsabilidades principalmente de las mujeres (Kushnir & Melamed, 2006). En estos casos, hablar de burnout implicaría la sobrecarga del trabajo remunerado aunado a las labores del hogar y cuidado de los hijos.
No es de sorprenderse que ante el poco reconocimiento del trabajo no remunerado, la falta de horarios y vacaciones establecidas, la no remuneración, la falta de prestaciones, y las dobles jornadas laborales, el estado de ánimo y la salud emocional de las amas de casa se vea impactada. Sin embargo, si debo reconocer que me ha sorprendido, es que como profesionales de la sexualidad, no nos estemos preguntando qué efectos puede tener en la salud SEXUAL de las mujeres, el dedicarse al trabajo no remunerado de manera exclusiva o el tener dobles jornadas laborales.
Resultado de mi experiencia como terapeuta sexual, hace unos años comencé a notar que algunas de las mujeres que acudían a consulta por motivos relacionados al deseo y la satisfacción sexual, referían sentirse agotadas y abrumadas por el trabajo del hogar y el cuidado de los hijos, o
incluso de sus esposos y otros familiares. Decidí comenzar a acompañarlas, nombrando junto con ellas y visibilizando, todo el trabajo que ni ellas ni sus familias veían como tal, ayudándoles a reconocer no sólo las actividades que realizan sino también la carga mental que les implica sostener un hogar y hacerse cargo de los hijos e hijas. A partir de los cambios que fuimos realizando en las dinámicas de su trabajo no remunerado, la forma en que lo percibían y lo nombraban frente a sus familias, pudimos comenzar a trabajar en mejorar su salud sexual. Y hacerlo, ya no por la petición de sus parejas, no como una extensión del imperioso mandato de género que nos pide ser para el otro, sino por el propio deseo de vivir una sexualidad placentera.
Motivada por la experiencia clínica, durante el curso de mi Doctorado en Sexualidad Humana, decidí realizar una investigación sobre el tema. Dicha investigación tuvo como objetivo determinar la relación entre el nivel de síntomas relativos al Síndrome de Burnout en Amas de Casa y la Satisfacción Sexual, al controlar para otras variables significativas, en una población de amas de casa de Tijuana, B.C. en México. El estudio tuvo un diseño transversal correlacional de una sola muestra y fue lanzado en línea, a través de anuncios y publicidad, mediante la cual se invitó a amas de casa con y sin trabajo remunerado, a responder a un cuestionario compuesto por cuatro instrumentos. Las mujeres que participaron tuvieron una media de edad de 34.5 años, 54.9% se identificó como católica, 95.7% reportó tener pareja, 81.7% vivir en una familia nuclear, 45.7% con estudios de licenciatura y 54.9% contaban con trabajo remunerado.
Los resultados de dicha investigación apoyan lo que he venido compartiendo durante este texto, al incluir variables como función sexual, deseo sexual, grado de salud percibido, presencia de trabajo remunerado y síndrome de burnout por trabajo doméstico, se encontró que el modelo que mejor predice la satisfacción sexual de este grupo de amas de casa, incluye tres variables: función sexual, deseo sexual y síndrome de burnout. Es decir, la investigación concluyó que el síndrome de burnout por trabajo doméstico, es un elemento que sí se relaciona con la satisfacción sexual, y lo hace de manera negativa, es decir, a mayor burnout por trabajo doméstico menor satisfacción sexual y viceversa.
Como terapeutas y educadores sexuales, me parece fundamental que sigamos construyendo conocimiento a partir de la experiencia, conocimiento que nos permita ver las problemáticas con mayor profundidad y siempre insertas en un contexto sociocultural.
Una de las consignas más importantes del feminismo radical es “lo personal es político”, y me parece que este tema es un excelente ejemplo de ello, mi reflexión no gira en torno a un problema íntimo de las mujeres, sino a un problema que tiene que ver con derechos humanos, en este caso, particularmente, el derecho al cuidado, el derecho a la salud y al reconocimiento de las labores domésticas y de cuidado como un trabajo que debe ser remunerado y garantizado.
El trabajo doméstico y de cuidados debe ser un derecho y una responsabilidad de todas las personas, por supuesto, en función de nuestras capacidades, y cuando éstas se encuentren limitadas o la situación laboral no lo permita, el gobierno debe encargarse de proveer las políticas públicas que garanticen que todos y todas tengamos acceso a este derecho.
Cuidar y poder sentir ese cuidado de otra persona, es una necesidad humana básica para nuestra existencia, y también una de las muchas formas en que podamos expresar el amor. El debate sobre el trabajo doméstico y de cuidados, no está en negar esa necesidad, pero sí está en dejar de romantizar algo que va más allá del amor, que se ha designado a las mujeres y que tiene efectos importantes en su salud y en sus vidas. Las mujeres, los hombres y cualquier persona viva, debemos involucrarnos en este tema, puesto que nos compete a todos, los hombres también tienen derecho a cuidar de las personas que quieren, todos y todas deberíamos poder compaginar la vida laboral y familiar, sin tener que sacrificar a las mujeres, ni perder nuestra salud en el intento.
Bibliografía: